En 2025, la deuda global alcanza niveles sin precedentes, condicionando el futuro económico y social de naciones enteras. Más allá de cifras abstractas, millones de familias sienten el peso de las decisiones tomadas en despachos y parlamentos.
Este artículo explora a fondo cómo surgió esta crisis, sus consecuencias más inquietantes y los caminos posibles para evitar el colapso.
La llamada trampa de la deuda se produce cuando un país o región no logra reducir su carga financiera sin sacrificar su estabilidad económica o el bienestar de su población. En este punto, cada dólar nuevo que se pide prestado se destina únicamente a pagar intereses y amortizaciones, sin generar crecimiento real.
Históricamente, episodios de sobreendeudamiento han derivado en defaults, hiperinflación y recortes drásticos de servicios básicos. En 2025, con una relación deuda/PIB mundial que roza el 245%, el riesgo de una crisis sistémica global se cierne sobre gobiernos y ciudadanos.
Los datos más recientes indican que la deuda total mundial alcanzó entre 324 y 338 billones de dólares en la primera mitad de 2025, incorporando un incremento de $21 billones en solo seis meses. Este crecimiento acelerado supera con creces el ritmo de expansión económica.
La deuda pública global ha superado los 100 billones de dólares, con un servicio de intereses que comienza a rivalizar con partidas históricas de gasto social.
Para ponerlo en perspectiva, si la deuda se repartiera equitativamente entre los 8 mil millones de habitantes del planeta, cada persona debería más de 40 000 dólares. Sin embargo, en la práctica, la carga recae de forma desigual, profundizando brechas entre países y dentro de ellos.
Las economías avanzadas concentran la mayor parte de la deuda total, pero también aumentan los pasivos en los mercados emergentes y en los países de bajos ingresos.
La siguiente tabla compara las situaciones de los principales contribuyentes y muestra las peculiaridades de cada uno:
*Datos aproximados según diversas fuentes.
En 2024, la deuda pública global ascendió a 99,2 billones de dólares, cerca del 93% del PIB mundial. Esta cifra, históricamente elevada, refleja el rol central de los gobiernos como motores de gasto tras la pandemia.
Por su parte, la deuda privada presenta realidades contrapuestas:
El déficit fiscal persistente, con un promedio global del 5% del PIB, subraya la dependencia de la financiación externa y la estrechez de márgenes para maniobrar.
Varios factores han impulsado el auge de la deuda:
Esta combinación creó un cóctel que alentó a gobiernos, empresas y hogares a pedir prestado más allá de su capacidad de reembolso.
El sobreendeudamiento conlleva riesgo de default y crisis gemelas: crediticia y cambiaria. Mercados emergentes, con tasas de deuda/PIB superiores al 245%, quedan particularmente expuestos ante subidas de tipos y fugas de capital.
Casos recientes como Sri Lanka y Ghana ilustran el peligro: ambos países enfrentaron severas contracciones económicas y dificultades para pagar sus compromisos. En 2025, los países de bajos ingresos desembolsarán 22 000 millones de dólares en servicio a China.
En muchos territorios pobres, el gasto en intereses supera el presupuesto destinado a educación y salud, agravando la desigualdad y limitando el desarrollo humano.
China se convirtió en el principal acreedor bilateral para numerosas naciones de África, Asia y América Latina mediante proyectos de infraestructura ligados a la Nueva Ruta de la Seda.
Si bien al principio aportó liquidez muy necesaria, con el tiempo los préstamos se transformaron en una carga financiera insostenible para los países receptores.
La falta de transparencias en acuerdos, las altas tasas de amortización y la vinculación a proyectos de dudoso rendimiento han generado un drenaje neto de recursos en los países de bajos ingresos.
El panorama global avanza hacia el riesgo de una “burbuja de todo”, donde activos, mercados y deuda converjan en un estallido simultáneo. Evitar esta catástrofe requiere decisiones valientes:
La clave está en priorizar el gasto público, reconociendo el impacto social y económico de cada recorte o inversión. Solo con cooperación internacional y estrategias sostenibles podrá el mundo alcanzar un equilibrio más sano.
La trampa de la deuda es un desafío colectivo. Cada elección política y cada acuerdo financiero de hoy determinarán la prosperidad de las generaciones futuras. Actuar con responsabilidad y visión de largo plazo es la única vía para liberarnos de este peso abrumador.
Referencias