En las últimas décadas, la globalización impulsó el flujo de bienes, servicios e ideas a nivel mundial. Sin embargo, recientes tensiones políticas, crisis sanitarias y cambios económicos han sentado las bases de un proceso inverso: la desglobalización. Este fenómeno plantea interrogantes sobre el futuro de los mercados, la estabilidad geopolítica y el bienestar social.
La reducción de la interdependencia global no ocurre de un día para otro. Desde la crisis financiera de 2008, la confianza en instituciones internacionales se ha ido erosionando.
El término desglobalización describe la disminución sostenida de la integración económica y social entre países. Se refleja en indicadores como el comercio global crecía a doble dígito en los años previos al 2008, frente a un modesto 2-3% anual entre 2012 y 2022.
Detrás de este fenómeno convergen factores de diversa naturaleza:
La desglobalización afecta de manera distinta a regiones y sectores. En las economías desarrolladas, se observa:
Para las economías emergentes o dependientes de las exportaciones, la contracción del comercio exterior puede suponer un retroceso en décadas de avance social y reducción de pobreza.
En el ámbito laboral, la reestructuración de cadenas globales puede destruir empleos en sectores exportadores, pero también crear oportunidades en industrias locales si se invierte en formación y adaptabilidad.
Esta brecha ilustra el descenso acelerado de la integración comercial en el último decenio.
La desglobalización no es sólo un fenómeno económico, sino también geoestratégico. La competencia tecnológica y comercial entre China y Estados Unidos acelera un desacople con implicaciones globales.
En Europa, la Unión Europea enfrenta desafíos en la cadena de suministros de componentes, especialmente en sectores estratégicos como el automotriz y el tecnológico. España, por ejemplo, lidia con el encarecimiento de suministros básicos, al mismo tiempo que se abre la oportunidad de atraer inversiones mediante iniciativas de estrategias de reshoring y relocalización.
Aunque la tendencia general apunta hacia una menor integración física, la globalización digital sigue creciendo. El comercio electrónico transfronterizo, los servicios basados en la nube y las plataformas de colaboración online mantienen viva la conexión entre comunidades.
Además, la transición hacia economías sostenibles y energías renovables ofrece un nuevo motor de desarrollo. Países con abundancia de recursos limpios o capacidad para innovar pueden posicionarse como nodos estratégicos en cadenas de valor verdes.
La desglobalización conlleva riesgos de profundización de desigualdades sociales si no se refuerzan los sistemas de protección social. Sin cooperación internacional, la lucha contra el cambio climático o futuras pandemias podría verse obstaculizada.
Existe también incertidumbre sobre la naturaleza de este proceso: ¿es un ciclo temporal o la antesala de un nuevo orden global fragmentado?
La desglobalización plantea una disyuntiva: renunciar a los beneficios de la interdependencia o reinventar modelos de cooperación bajo nuevas reglas y desafíos. El éxito dependerá de la capacidad de gobiernos, empresas y sociedad civil de adaptarse, innovar y construir puentes en un mundo que se redefine constantemente.
Entender este fenómeno y anticipar sus efectos será clave para navegar hacia un futuro que preserve los logros de la globalización, al mismo tiempo que promueva la resiliencia y el desarrollo inclusivo.
Referencias