En un mundo en constante transformación, el conjunto de recursos y servicios que la naturaleza proporciona suele pasar desapercibido. Llamamos a este tesoro capital natural, y engloba desde bosques milenarios hasta acuíferos profundos. Su verdadera importancia radica en ser la base sobre la cual se edifica la economía, la sociedad y el bienestar humano. Sin embargo, rara vez se le asigna el valor que merece, lo cual genera decisiones que pueden comprometer la prosperidad colectiva.
El capital natural comprende tanto recursos renovables como no renovables. Entre los primeros se encuentran los bosques, la biodiversidad, los suelos fértiles y los sistemas hídricos. Dentro de los segundos, destacan minerales, petróleo y gas. Además, incluye bienes tangibles como agua, alimentos y madera, así como servicios ecosistémicos intangibles esenciales que regulan el clima, purifican el aire y contribuyen a la polinización.
Cualquier actividad productiva, desde la agricultura hasta el turismo, depende de manera directa o indirecta del capital natural. Estos activos proporcionan materia prima, resguardan la estabilidad climática y aseguran la calidad de vida. Cuando su valor se ignora, las decisiones económicas no reflejan el verdadero costo de la explotación, generando una pérdida irreversible de estos activos.
Un claro ejemplo es Costa Rica, país que ha demostrado cómo cuantificar y poner en valor su entorno natural. En 2019, el total del capital natural costarricense ascendió a 14,5 mil millones USD, equivalentes al 23 % del PIB. Además, la nación captó 84,9 millones de dólares mediante bonos temáticos y esquemas de financiamiento colectivo para proyectos de conservación.
La dinámica actual de explotación sin control conduce a una degradación ambiental acelerada y masiva. La contaminación del aire y del agua, la deforestación masiva, la sobreexplotación de suelos y la pérdida de biodiversidad representan amenazas que socavan la capacidad de regeneración natural. Al gastar el capital más rápido de lo que puede reponerse, entramos en una “deuda ecológica” que pone en jaque el crecimiento económico y la seguridad alimentaria.
Para revertir esta tendencia, es esencial incorporar la contabilidad del capital natural en los balances públicos y privados. Esta práctica permite identificar y cuantificar los servicios ecosistémicos, aportando datos que respaldan políticas y proyectos más sostenibles. Asimismo, al alinearse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, se facilita la planificación estratégica orientada al uso responsable de los recursos y la acción climática.
La gestión y sostenibilidad duraderas del capital natural no solo impulsa resultados ambientales positivos, sino que también refuerza la seguridad jurídica de inversiones a largo plazo. Gobiernos y empresas que adoptan este enfoque mejoran la transparencia, reducen riesgos regulatorios y atraen financiamiento especializado.
Las compañías que integran la valoración de sus recursos naturales obtienen beneficios tangibles. Entre las principales ventajas destacan:
Además, la valoración del capital natural abre la puerta a modelos de negocio innovadores, basados en el modelo de economía circular y la creación de productos ecológicos. Este cambio no solo es rentable, sino también crucial para afrontar los retos del siglo XXI.
Las acciones concretas para proteger y optimizar los recursos naturales incluyen la transición hacia fuentes de energías renovables, que reduce la dependencia de combustibles fósiles y minimiza la huella de carbono. Asimismo, los programas de restauración de ecosistemas fortalecen hábitats clave, aumentando la biodiversidad y asegurando la provisión continua de servicios ecosistémicos.
En el ámbito financiero, los bonos temáticos y las plataformas de crowdfunding se han consolidado como mecanismos eficientes para canalizar recursos hacia proyectos de conservación. Políticas públicas sólidas que promuevan incentivos fiscales y esquemas de pago por servicios ambientales son igualmente fundamentales.
La conservación del capital natural genera empleo y desarrollo local. Proyectos de restauración y gestión sostenible de bosques, cuencas y áreas protegidas suelen involucrar a comunidades rurales, creando oportunidades económicas y fortaleciendo el tejido social. Al mismo tiempo, mejorar la calidad del aire, garantizar agua limpia y asegurar la estabilidad climática repercute directamente en la salud y el bienestar de la población.
Estas iniciativas, al integrarse en la economía nacional, pueden representar porcentajes significativos del PIB. El caso de Costa Rica, con un 23 % de su producto interno ligado al valor de sus recursos naturales, muestra cómo la sostenibilidad se traduce en prosperidad compartida y resiliencia frente a cambios globales.
A pesar de los avances, persisten desafíos relacionados con la falta de metodologías estandarizadas para medir el capital natural y la resistencia de algunos sectores a internalizar costos ambientales. Es necesario promover un consenso global que reconozca la urgencia de integrar estos valores en todos los niveles de decisión.
Mirando hacia el futuro, la innovación tecnológica, combinada con marcos regulatorios sólidos, podría facilitar el monitoreo en tiempo real de los recursos y la transparencia en su uso. La colaboración público-privada y la educación ambiental son ejes esenciales para consolidar una cultura de responsabilidad ecológica.
El capital natural es el pilar oculto de la sostenibilidad económica y social. Reconocer su valor, conservarlo y gestionarlo de manera responsable no es una opción, sino una necesidad impostergable. Solo así garantizaremos el bienestar de las generaciones presentes y futuras, construyendo una economía próspera y un entorno saludable para todos.
Referencias