La brecha entre quienes acumulan fortunas descomunales y quienes apenas sobreviven marca un desafío central del siglo XXI. Comprender sus raíces y proyecciones es esencial para actuar con eficacia.
La brecha de riqueza se refiere a la diferencia en la acumulación de activos, propiedades e inversiones entre distintos segmentos de la población. A diferencia de la desigualdad de ingresos, que mide cuánto gana cada individuo o familia, la brecha de riqueza analiza el patrimonio: bienes raíces, acciones, herencias y otros capitales.
Esta disparidad forma parte de la desigualdad económica global sigue aumentando, fenómeno que incluye tanto la distribución de ingresos como la de capital. Mientras reducciones en la pobreza extrema muestran avances, la concentración de activos en manos de unos pocos refleja otra realidad.
Según el World Inequality Lab, en las últimas décadas la concentración de ingresos y riqueza ha escalado sin precedentes. Un informe de Oxfam advierte que los diez hombres más ricos duplicaron su fortuna durante la pandemia, mientras el 99 % de la humanidad perdió ingresos.
En un ejercicio comparativo, en los años ochenta Estados Unidos y Europa Occidental presentaban niveles de desigualdad similares. Hoy, EE. UU. exhibe un índice de Gini mucho más elevado, resultado de diferencias en acceso educativo y en la progresividad fiscal.
América Latina, con más del 70 % de la riqueza en manos del 10 % más rico, aún muestra un patrón resistente a la redistribución, marcado por estructuras históricas de acceso desigual a la tierra y al capital.
La profundización de la brecha obedece a factores de largo plazo y a eventos coyunturales que agudizan la desigualdad.
Eventos externos, como crisis financieras, pandemias o guerras, suelen golpear con más fuerza a los grupos más vulnerables y acelerar la concentración de riqueza.
Cuando la distancia patrimonial se amplía, la sociedad enfrenta múltiples efectos adversos que se retroalimentan.
Si se mantienen las políticas de desregulación laboral y fiscales regresivas, junto con una inversión pública insuficiente, la brecha probablemente siga ampliándose. La tendencia a la homogamia económica y matrimonial refuerza el fenómeno: parejas de altos ingresos concentran aún más recursos.
Sin intervención, la economía global debería crecer 175 veces su tamaño actual para garantizar a todos más de cinco dólares diarios, según Oxfam. Esta cifra muestra la magnitud del desafío.
Para frenar o revertir la tendencia, es crucial adoptar un paquete de medidas integrales y sostenibles.
En última instancia, la voluntad política y la conciencia ciudadana son factores decisivos. Solo un compromiso colectivo puede construir economías inclusivas y evitar que la brecha se convierta en un abismo insalvable.
La historia demuestra que transformaciones profundas requieren acción coordinada entre gobiernos, empresas y sociedad civil. Afrontar la brecha de riqueza es un reto moral y práctico que definirá el futuro de nuestra convivencia global.
Referencias